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Mauricio Nieto

Me enamoré de un delincuente


Desperté tirado en un baño, sin ropa y lleno de miedo.

Corría el 2014. Había sido un gran año para mí. Me había graduado y añoraba con entusiasmo mi llegada a la universidad, quería estudiar Arquitectura.

Desperté esa mañana muy feliz. Me había mudado a otra ciudad y quería empezar desde cero, conocer nuevas amistades y aprender cada día. 

Y no tenia ni la más mínima idea del cruel aprendizaje que me daría la vida. 

Como toda persona adolescente, lo primero que hice fue revisar mis redes sociales. Desde hacía varios meses había estado hablando con un chico y me gustaba de verdad, pero él vivía en una ciudad a unos 115 kilómetros al norte. Ese día me pidió que fuera a verlo.

Disfrutaba de mis vacaciones. Mi familia y yo estuvimos arreglando la casa, la noche caía y decidimos salir a un lugar que nos encantaba para bailar. Esa vez me sentí muy afortunado de poder disfrutar juntos; con ellos siempre es muy divertida la vida.

Llegamos a casa no sé a qué hora, lo que sí recuerdo fue la resaca del día siguiente. Ese día no di para pararme de la cama pero pude hablar con él, quien siguió insistiendo para que viajara. Lo pensé o no, le dije que iría.

Al día siguiente, sin avisarle a nadie, tomé un bus y recorrí las vías de la ruta nacional 45. Eran las cuatro de la tarde aproximadamente.

Al llegar al lugar, la inseguridad me empezó a invadir. Sabía que había hecho mal con viajar así, sin avisar a nadie.

Apenas tenía 19 años y me daba miedo la reacción de mi familia. Ellos aún no sabían nada. Tuve que esperar unos 30 minutos, lapso en el que pasaron muchas cosas por mi cabeza, entre esas, mi familia. No sabía por qué sentía tanto susto, si era por haber viajado a una ciudad desconocida o por haber salido de casa sin el consentimiento de ellos.

Ya habían pasado las cinco de la tarde y el atardecer que podía observar desde la plaza en donde me encontraba era rimbombante. Al horizonte se observaba un cerro, lleno de pájaros sobre su cielo, y los rayos del ocaso de un color rojo amarillento cautivaban mis pupilas. Era como una escena surrealista típica de una película romántica. Pero al voltear la mirada veía una selva de ladrillos que me atemorizaba.

Fui con escasos recursos para regresarme. No podía darme el lujo de pagar hotel y ese era mi miedo más insondable en ese momento.

Llegó por mí Lo vi venir a lo lejos, traía su uniforme de trabajo. Me pidió disculpa por la demora y esa vez, de la mano, caminamos juntos por las calles de su ciudad.

Iba contándome sobre su día pero no recuerdo mucho sobre eso. Yo en cambio, tenía la mirada perdida entre su sonrisa. Tenía un pelo negro azuloso, una mirada tan penetrante que extraviaba mi atención y una angelical facción en su rostro que inspiraban ternura.  Ya lo había mirado por fotos pero no podía compararse con la mejor fotografía real.

Fuimos a su apartamento, nos arreglamos y salimos de inmediato a conocer lo poco que se podía del lugar esa noche. Después de cenar fuimos a encontrarnos con unos amigos suyos, quienes nos invitaron unos tragos.

Pasaban las horas y esos tragos se extendieron hasta la madrugada y ya me sentía cansado. Quería irme a dormir pero él ya ebrio se comportaba indiferente. Le insistí tanto que llegó al punto de echarme del lugar en donde estábamos.

Desde ese momento todo empezó a empeorar. Me retiré y empecé a caminar desorientado. No tenía idea de dónde estaba y menos hacia dónde coger.

Caminé unas cuadras y me senté a llorar en un andén de algún barrio residencial cerca al centro de la ciudad. Era la una de la mañana y la luna era mi única acompañante y confidente. 

Asustado le pedí que no me dejara y que me protegiera, y por un acto, no sé si de altruismo o impiedad, él llegó. Estaba muy tomado.

Llegamos a su casa, y no había sonado la puerta al cerrar cuando sentí su cuerpo en mi espalda, su brazo izquierdo sobre mi pecho, presionándome hacia él.

Sentí tanto miedo que quedé inmóvil y dejé que hiciera lo que quería. Mi cuerpo nunca había estado tan bloqueado.

A la fuerza me quitó la ropa, me tiró a la cama y pasó lo que nunca pensé que me pasaría. Había visto muchísimas historias y con ojos de crítica no podía creer que alguien no pudiera defenderse de un acto así. No cabía en mi cabeza que nadie era capaz de hacer algo para evitar que lo agredieran, pero tuve que vivirlo para comprenderlo. La experiencia es sabia.

Se quedó dormido En medio de la oscuridad, entré al baño. No podía moverme con facilidad. Mi cuerpo estaba frágil y tembloroso, y como pude salí de la habitación.

Me dolía mucho mi cuerpo pero aún más la herida que tenía en mis sentimientos. Había aprendido de la peor manera sobre la crueldad del ser humano y la inmadurez de un adolescente que se deja llevar por los impulsos.

Me limpie, pero estaba desnudo y con frío. No tenía con qué abrigarme. Debía salir del baño para buscar mis cosas en la habitación, pero tenía miedo de que despertara y lo hiciera de nuevo. No supe más de mí hasta el siguiente día a las cinco de la mañana.

Él aún dormía cuando salí. Preguntando a los lugareños llegué a la terminal donde juré no regresar a ese terrorífico lugar, tomé el bus que horas después me llevaría a casa, donde de por vida recordaría aquellas terribles 13 horas de sufrimiento por la inmadurez de un adolescente enamorado de un delincuente. 

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