A través del tiempo la comunidad indígena han sido sometida, vulnerada he ignorada, donde el gobierno y los medios de comunicación pasan por alto la riqueza cultural que conservan.
Es común ver familias indígenas provenientes de la Sierra Nevada de Santa Marta, de Otavalo Ecuador o del Catatumbo, siendo Ocaña el eje de concentración, mientras se observa la forma inhumana en la que son ignorados por la población regional.
Se les ve en los semáforos, sentados en la calle mendigando un poco de atención y caridad, ya sea por causa del conflicto armado que desde siempre ha caracterizado a Colombia, motivos económicos o un comportamiento indebido entre la misma etnia que ocasiona el desplazamiento.
En tanto, la comunidad Ocañera señala con repudio por que suponen, no están a la altura del ciudadano pulcro, poniendo claro está, a Ocaña en un 'pedestal’. Lo cierto es que a estas etnias las une una sola cosa y es la necesidad que produce la supervivencia.
La administración solo puede garantizar la oferta dentro de la ley 14-48 en su artículo 63, que afirma, por su parte, cumplir con los requerimientos básicos, como salud y ubicación para desplazamiento; pero al parecer no son una población permanente en la región, razón suficiente para que el tema se ignore y no se cumpla a cabalidad con ayudas para con las comunidades indígenas que están de paso, como lo afirmo la coordinadora de enlace y punto de atención a víctimas del municipio Jessica Ibáñez, pero tampoco son tomados como una problemática y la ciudadanía sigue sin percatarse de no obvio.
La visibilidad pesimista y poco aportadora por parte de la administración no es suficiente, se necesita cultura ciudadana para que el transeúnte común se pregunte el porqué del desapego de las raíces, el porqué de su indiferencia ante la realidad de estas comunidades.
Como dijo la socióloga Lucy Luna, al parecer la población urbana a olvidado sus inicios, no reconoce su procedencia, e ignora las raíces culturales olvidando como las petroleras llegaron a pagar mil pesos por cada cabeza Barí, siendo estos objetos de casería, dejando una población de tan solo tres mil veinticinco personas en el territorio del Catatumbo, frente a trecientos cincuenta mil colonos, generando una supervivencia casi imposible.
Más insólito que esta confesión, es no comprender que el indígena al verse obligado a migrar de su región estan sometidos al choque cultural de la ciudad, donde su legua natal no es reconocida y no cuentan con ninguna garantía de educación, los cambios tecnológicos abruman sus mentes y manchan la memoria ideológica, haciéndoles creer en falso desarrollo a cambio de sus tradiciones `occidentales`, como lo llaman muchos, donde ante nuestros ojos su cultura se desvanece.
Ocaña es goda desde lo más profundo de sus cimientos, una sociedad indiferente, con un cristianismo mal entendido, un catolicismo mal infundado, donde la característica especial del indígena es la organización mediante algunas entidades como la ONG internacional que han impulsado y apoyado congregaciones como ASOCBARI, una de las casi nulas opciones donde son visibilizados, permaneciendo en el abandono total por parte del Estado mientras la procesión de indolentes continua.