Había pasado solo un día de haber terminado las festividades patronales. Eran aproximadamente las cinco de la tarde cuando desembarqué, subí las escaleras del muelle y pude divisar la realidad de un pueblo sureño del Bolívar.
No me extrañé al ver el ambiente. A decir verdad, Río Viejo es así durante 355 días del año.
A pesar de ser el ocaso, el sol ardía aún, el clima sobrepasaba los 38° y el quiosco de Cucho, un cantinero en la terminal fluvial, se encontraba abierto pero vacío.
Solo el sonido de la chichara de un vendedor de peto se lograba escuchar entre las calles.
Me subí el morral al hombro, bajé a la calle y seguí mi camino rumbo a mi casa, encontrándome con los últimos turistas con maletas en mano, emprendiendo su partida. El pueblo volvía a quedar solo y en silencio.
Mientras caminaba por la desolación de la avenida Pablo VI, recordaba aquel 30 de enero pasado, en donde un centenar de personas, desde municipios vecinos, llegaban abarrotando a los hoteles del pueblo, los cuales ese mismo día se llenaron todos. Esos turistas que vinieron a disfrutar de las que fueron hasta hace unos años, unas de las mejores fiestas y ferias del sur del departamento.
Música, comparsas, desfiles, bailes, comida y rumba se veía por doquier. ¡El festín había empezado! Pero hoy, siete días después, solo el ruido de los aires acondicionado son los que hacen la fiesta.
El sol me daba en la cara, mis zapatos se habían calentado tanto que ya no sentía los dedos de mis pies, la falta de árboles en las calles hacen de Río Viejo un infierno y ya no veía la hora de llegar a mi casa, pero mi mente seguía recordando, imaginando y pensando.
¿Cuánto dinero se gastó la alcaldía en organización y en agrupaciones musicales? ¿Cuánta plata en cerveza derrocharon los ríoviejeros? Es complicado saberlo, lo cierto es que esta cultura festiva de pueblos costeños es difícil cambiarla.
Aunque considero que esta despilfarración monetaria no es necesaria, la verdad es que ésta es la única forma y ocasión para que este pueblo de más de 200 años pueda tener vida y turistas de otros lugares puedan llegar a esta zona del país azotada no solo por el sol, sino también por la guerra, la indolencia política y la intolerancia de algunos locales.
Son tres días de festival de tambora, tres de fiestas patronales, uno de feria taurina y cabalgatas, uno festivo por la virgen del Carmen, uno para celebrar el cumpleaños del municipio el 26 de noviembre, el cual prácticamente pasa por desapercibido, 24 y 31 de diciembre. Esas son las únicas veces en que Río Viejo se viste de gala pero al final del día termina igual. Mal servicio de energía eléctrica, mal servicio de acueducto y alcantarillado, calles sucias, parques olvidados, en fin.
Al llegar a mi casa, deseché mi morral, tiré mis zapatos y mis medias, agarré un baso con jugo de tamarindo y mientras lo tomaba pasó por mi mente el último respiro hacia mi pueblo. Solo resta esperar un año más para que otra vez el Río Viejo vuelva a brillar, y como dice la canción “Como la luna que alumbra por la noche los caminos, como las hojas al viento, como el sol que espanta el frío, como la tierra a la lluvia, como el mar espera al río, así espero tu regreso a la tierra del olvido”.